Puede que no tengamos la solución a todos los problemas del mundo en nuestras manos, pero ante los problemas del mundo, tenemos nuestras manos.
Elena Navarro (fisioterapeuta).
Tu dolor...el dolor del mundo
Te diriges a la consulta de fisioterapia y un olor agradable te incita a girarte. Sucumbes a la tentación y acabas comprando una docena de castañas asadas del puesto de debajo de tu casa. Al masticar recuerdas ese dolor punzante que se clava entre tus paletillas y se irradia hasta la parte más superior de la cabeza. Crees no poder hacer nada para aliviarlo pues te consideras víctima de ese dolor insoportable. Te quejas, sólo intentas que el mundo comprenda tu dolor. Te convences, seguro que el mundo lo ha causado “es que mi jefe me hace trabajar mucho, mi pareja no me ayuda en casa, y mis hijos solo me dan trabajo”. Ese dolor incomprendido por el mundo, causado por el mundo y encargado al mundo (en este caso al fisioterapeuta) que lo solucione. Porque él es el experto, es su trabajo, ha estudiado el dolor y sabe como aliviarlo. Tú eres ama de casa, abogado, ingeniero… ¡no sabes curarte! Al fin y al cabo, si no te consideras responsable de ese dolor, ¿cómo vas a tener la libertad para cambiarlo?
Por fin con mi fisio!!
Así que llegas a la clínica, abres la puerta, y en ese mismo segundo, mueren alrededor de diez millones de células y en el instante siguiente, casi diez millones de nuevas células ocupan su lugar. Justo en ese momento, unas cien mil reacciones químicas tienen lugar en el interior de cada una de tus células. Células que viajan a más velocidad que la luz.
Saludas a tu fisioterapeuta, sí a ese de entre todos los elegidos al que cedes tu dolor. Te sientas enfrente de él, y te sonríe. Ya ha pasado un minuto desde que entraste, y ni siquiera te has dado cuenta que durante ese minuto, tu corazón ha bombeado unos seis litros de sangre a través de un sistema de conductos vasculares de alrededor de cien mil kilómetros de longitud, más de dos veces la circunferencia de la tierra(1). En ese periodo de tiempo, mueren y nacen unos 230 millones de glóbulos rojos con una vida media de unos 120 días. Durante este tiempo visitan cada rincón del cuerpo unas 75.000 veces recorriendo más de 120 millones de kilómetros. Si todos los hematíes que recorren tu torrente sanguíneo se alinearan, la cadena alcanzaría una altura de cincuenta mil kilómetros.
Alguien se hace cargo de mí
Empieza la valoración de fisioterapia: “¿desde hace cuánto te duele?”. Coges aire, y durante el segundo que dura esa inhalación, se ordena la secreción de enzimas en la cantidad exacta para digerir las castañas asadas que consumiste de camino y extraer sus componentes nutricionales (2). Durante los diez minutos que dura la entrevista, tu cerebro filtra unos 500 pensamientos, genera millones de impulsos eléctricos a cada instante y esta información viaja a 400 km/h. Dicho de otra forma, este pulso puede avanzar cien metros (aproximadamente la longitud de un campo de futbol) por segundo, a través del cuerpo de la neurona. Neuronas extremadamente pequeñas, pues cabrían entre treinta y cincuenta mil en la punta de un alfiler (3).
Tras una valoración completa, estudiando y estudiando tu dolor, el fisioterapeuta te sienta en la camilla y el roce sutil de sus manos sobre tu hombro derecho llama de inmediato tu atención. Los receptores sensoriales de la piel envían al instante un mensaje a través de los nervios periféricos, que penetran en la médula espinal y llegan hasta la corteza somatosensorial del hemisferio opuesto al brazo. En cuanto tu cerebro interpreta el estímulo, el mensaje se envía hacia el lóbulo frontal, donde se procesa la respuesta motora. Puedes responder de manera automática utilizando la corteza motora para mover la espalda en forma de escalofrío. O puedes pensar un momento que hacer. Tal vez te gires, busques su cara y le comentes lo frías que están sus manos.
El fisioterapeuta hace su trabajo
Por fin, te tumba en la camilla y empieza lo que para ti es el tratamiento. Te relajas a la vez que un mecanismo dentro de ti se encarga de las sesenta y seis funciones del hígado, del mismo modo que unas diminutas proteínas leen la sofisticada secuencia de la hélice de ADN mejor que cualquiera de las tecnologías actuales. Si pudiéramos desenrollar el ADN de todas las células de tu cuerpo y unir sus extremos entre sí, la cadena podría recorrer la distancia que nos separa del sol unas ciento cincuenta veces (4).
Se acabó lo bueno y tu fisioterapeuta te dice en un tono de voz suave y aparentemente inofensivo “esto seguramente te duela”. En ese preciso momento, y antes de que ponga el dedo en tu zona de dolor, tu sistema simpático (sistema encargado para la huída o la lucha) se anticipa y activa las neuronas encargadas del dolor. A través de la combinación de toda la información sensorial que has recibido al ir al fisioterapeuta, el hipocampo (centro de documentación de los recuerdos) asocia el dolor como el mecanismo hacia la curación. Así que tu sistema simpático baja su actividad y decides relajarte en lugar de salir corriendo o luchar (5).
Entonces...¿el fisioterapeuta te cura?
Muchos de mis pacientes me afirman que les es imposible cambiar, sin embargo, no tartamudean en reconocer que en los últimos años han cambiado a peor. Lo cual significa que son capaces de cambiar. A peor, pero han cambiado. No deben ignorar el hecho de que han cambiado. Y esto debe hacerles reflexionar que tienen la habilidad del cambio. Si han sido capaces de cambiar a peor deben vencerse a la evidencia de que pueden cambiar a mejor. Sólo habrá que invertir el proceso a base de constancia y conocimiento.
Eres el resultado de millones de años de evolución. Tu cuerpo y mente alberga una información y un conocimiento automático que ni siquiera podemos llegar a comprender en toda su totalidad. Es increíble todo lo que sabe hacer tu cuerpo para mantenerte vivo. A pesar de todo, en ocasiones, usas la energía de tal forma, que te encaminas hacia la enfermedad sin ser consciente que tienes una maquinaria perfecta diseñada para la reparación y creación. Tienes todo el poder para sanarte, y nosotros, los “expertos en salud” sólo tenemos la responsabilidad de acelerar ese proceso. Los traumatólogos colocan un enclavado endomedular en una fractura transversa de la diáfisis del húmero, los fisioterapeutas pueden mejorar tu propiocepción para prevenir lesiones en ese tobillo que tanto se te ha lesionado, y los psicólogos pueden mejorar tu control de la ansiedad a través de procesos cognitivos. Pero no curamos. Nosotros estimulamos al cuerpo hacia su propia curación y te enseñamos que en cada uno de tus hábitos diarios reside el origen del problema. Y un hábito que conlleva a la patología puede ser la inactividad física, una mala postura mantenida durante el trabajo, o una alteración emocional expresada en forma de estrés, de sentimientos catastrofistas o pensamientos negativos. La salud está compuesta de factores biopsicosociales, por lo tanto, una rehabilitación óptima debe estar formada por un equipo transdisciplinar que estudie el cuerpo de forma holística.
En este artículo hemos aprendido que
- Puede que no tengamos la solución a todos los problemas del mundo en nuestras manos, pero ante los problemas del mundo, no sólo tenemos nuestras manos.
- Dentro de nosotros reside una inteligencia que se escapa de nuestros conocimientos.
- El propio cuerpo tiene el poder de curarse. Los profesionales sanitarios solo intentamos acelerar ese proceso.
- Nuestros pensamientos y sentimientos, nuestras creencias y expectativas, modelan esa inteligencia.
Bibliografía
- Sciefelbein S., The powerfull river, Washington DC, The Nacional Geography Society, 1986, pp.99-156.
- Dispenza Joe, Desarrolla tu cerebro, 2008, p.70.
- Dispenza Joe, Desarrolla tu cerebro, 2008, p.104.
- Medina, J., The Genetic Inferno:inside the seven deadly sins, Cambridge University Press, 2000.
- (Dispenza Joe, Desarrolla tu cerebro, 2008, p.167).