El cerebro ciertamente es el órgano más extraordinario que tenemos, pero por sí solo no puede gobernar la complejidad del organismo, por lo que la naturaleza nos ha puesto a disposición un segundo cerebro localizado en el intestino. De la actividad de éste cerebro no nos damos cuenta, pero es capaz de producir prestaciones muy sofisticadas, como la comunicación bilateral con el sistema nervioso central. Una de las demostraciones más desconcertantes de la relación entre nuestros dos cerebros es la influencia ejercida por la presencia de alimentos grasos en el tracto digestivo sobre el sistema nervioso central y sobre la sensación de bienestar. Esta presencia tiene un efecto de sedación y no sólo cuando disfrutamos de los beneficios de los alimentos, sino también cuando llegan directamente al estómago.
Grasas y humor
“Estudios realizados con la resonancia magnética mostraron que la infusión, directamente en el estómago de los ácidos grasos, modifica positivamente el estado emocional”, precisa Keith Sharkey del Departamento de Fisiología y Farmacología de la Universidad de Calgary en Canadá, en un artículo publicado recientemente con alguno de sus colaboradores, en la revista Nature Reviews Gastroenterology and Hepatology (en inglés Revisiones Naturales: Gastroenterología y Hepatología). "También disminuye la sensación de hambre y genera un incremento de actividad en las regiones del cerebro que procesan las emociones”. Entonces, inesperadamente, los nutrientes presentes en los órganos viscerales, en particular los que contienen grasas, pueden en sí tener un efecto positivo sobre el estado de ánimo.
Por otra parte se ha descubierto recientemente que las bacterias del intestino son susceptibles de responder directamente a las señales del estrés. La presencia de catecolaminas como la epinefrina y la norepinefrina (hormonas típicas de las condiciones del estrés) estimulan el crecimiento, la motilidad y la virulencia de las bacterias que viven en condiciones de equilibrio con el nuestro organismo. Pero la comunicación es mucho más complicada que la simple relación de respuesta al estrés: bacterias, sistema inmunitario y sistema nervioso modulan la respuesta al estrés, determinando también la eventual aparición de trastornos intestinales.
Relación cerebro-intestino
“Hay evidencias de que son las bacterias intestinales las que ayudan a mantener el contacto bidireccional entre los componentes del eje cerebro-intestino", subraya el Dr. Peter Konturek del Hospital Escuela de la Universidad de Jena, en Alemania. En otras palabras, el estrés modifica la flora bacteriana, pero es también cierto lo contrario; es decir, que las bacterias intestinales pueden tener un profundo efecto sobre el eje cerebro-intestino y pueden modular, la motilidad, la permeabilidad y la sensibilidad de las vísceras.
Esta comunicación entre las bacterias y el eje nervioso cerebro-intestino ocurre a través de varios mecanismos: el intercambio de mensajes hormonales con las células de la mucosa intestinal, la comunicación con las células inmunitarias y también la directa comunicación entre las bacterias y las células del sistema nervioso del intestino. Un sistema que es una intricada red de más de quinientos millones de neuronas concadenadas entre sí y distribuidas a lo largo de los 9 metros del tracto digestivo, un número de neuronas más o menos igual a la presente en la médula espinal humana. Se trata de “una división del sistema nervioso vegetativo que funciona como un cerebro intestinal, necesario para integrar las funciones de las glándulas secretoras, del flujo sanguíneo y de la musculatura lisa que hacen posible la digestión”, explica el profesor Pietro Cortelli del IRCCS (Instituto de Ciencias Neurológicas, de la Universidad de Bologna; específicamente del Departamento de Ciencias Biomédicas y Neuroanatomía del Hospital de Bellaria).
Semejanza del intestino a un ordenador
“En lugar de recoger las neuronas intestinales en una sola estructura como en el caso del cerebro, la naturaleza ha preferido distribuirlas a lo largo de todo el tracto intestinal y en estrecha proximidad a las estructuras que controlan las mismas neuronas. Formaciones importantes de esta estructura son el plexo de Auerbach, situado entre las capas musculares del esófago, estómago, intestino y el plexo de Meissner, que se encuentra entre la capa muscular y la mucosa intestinal. De una manera muy similar a la del sistema nervioso central, los plexos del sistema nervioso entérico están inter-conectados y hablan entre ellos mediante sustancias químicas y específicos receptores. Así que en reasumen, podemos decir, que se trata de una estructura en grado de procesar una enorme cantidad de informaciones y, al igual que un ordenador, calcular en tiempo real cuál es la mejor respuesta posible. Sin embargo el sistema gastrointestinal, también es controlado por el sistema nervioso central por medio del sistema nervioso simpático y parasimpático, especialmente el nervio vago”. De hecho, el sistema nervioso entérico no se limita a gobernar la digestión coordinando los músculos lisos presentes en las paredes del estómago e intestino, pero también el gobierno de la complejidad bioquímica del proceso. También es capaz de proteger el organismo de los contaminantes de los alimentos, las bacterias y los virus, y sabe cuando dar inicio a la diarrea, si hay una infección intestinal, y cuando alertar al cerebro para activar el vomito. Característica extraordinaria: ser capaz de influir en su majestad el cerebro.
Osteopata por la Michigan State University en el College of Osteopathic Medicine, inscrita en la (AACOM)